La muy escuchada expresión ‘envejecimiento
activo’ da a entender que lo habitual o mayoritario es el ‘pasivo’. ¿Es esto
cierto? Cuando el deterioro físico de una persona de edad avanzada causa una
merma en sus capacidades y relaciones se trata simplemente de la consecuencia
lógica de cualquier enfermedad o de la coincidencia de varias. Dicho de otro
modo: esos repentinos estados ‘pasivos’ casi siempre se pueden atribuir a
patologías diagnosticables y tratables. Ser activo o pasivo, en fin, no depende
tanto de la edad como del carácter del sujeto, de su biografía, de su salud y
de su entorno.
Otra cosa es que usemos esta expresión como
aviso, como una prevención para señalar el peligro de asociar la edad a la
falta de expectativas vitales: ocio, relaciones sociales, ejercicio físico,
hábitos y retos intelectuales… Y evidentemente no es así, aunque también hemos
de asumir que algunas -sólo algunas- de esas actividades no serán tan intensas y
satisfactorias como antaño.
Un viejo chiste cuenta que un paciente que va
a ser operado de las manos le pregunta al médico: “¿Después de la operación
podré tocar el piano?”; el médico responde que por supuesto y el paciente comenta
aliviado: “¡Qué bien, la ilusión de mi vida!”.
Con frecuencia nos dejamos llevar por ese
discurso voluntarista. Queremos que nuestros mayores aprecien y disfruten del
cine, de las exposiciones, de un taller de escritura o del senderismo. Y
lograrlo sería estupendo… pero también milagroso si antes nunca había sentido interés por esas actividades. Hemos de ser más realistas y empezar
por preguntarnos si estamos respondiendo a las dificultades propias de la edad dedicándoles solo un poco más de tiempo.