viernes, 6 de junio de 2014

El profesor Grisolía y mi paciente centenaria

No debería sorprenderme, porque en el post anterior ya puse algún ejemplo de la enorme vitalidad, incluso sexual, que he encontrado en personas muy, muy mayores. Pero cada vez que escucho y veo a don Santiago Grisolía no puedo evitar, además de la sorpresa, una sensación de alegría, de optimismo, de esperanza.
Don Santiago es nonagenario. Eso no me sorprende, porque en 1979 asistí a una lección magistral suya y ya entonces me pareció una persona mayor. Desde entonces este eminente bioquímico, que fue rescatado de las frías latitudes de Nueva York, Chicago y Wisconsin por la Caja de Ahorros de Valencia, ha sido noticia por muchos motivos, y todos buenos.
El otro día lo vi por la tele presentando los enésimos premios Jaime I. Con su cachaza habitual (que algunos atribuyen a su paso por los EEUU aunque por su porte parezca más británico), no se limitó a hacer una presentación al uso, y se permitió deslizar sutiles pero claras ironías hacia los políticos españoles. Quizá su voz sonaba más cascada que cuando lo escuché hace 35 años, pero en todo lo demás no hallé ninguna diferencia: preciso en el lenguaje, dominando la escena con esa mirada tranquila, suave en las formas y valiente en sus juicios.
Y entonces me pregunté: ¿es esta la apariencia que cabe esperar de un nonagenario? Lo primero que hay que dejar claro es que mentes como las de Santiago Grisolía hay muy pocas, con 90 o con 40 años. Pero a partir de aquí quiero decir que yo conozco a muchos ‘grisolías’, y cada vez a más.
El otro día me visitó una paciente muy querida de casi cien años. Como es normal, me puso al día de su extensa familia pero, como el propio profesor Grisolía el día de los Jaime I, no se limitó a contarme que un yerno había sufrido un accidente o que un bisnieto había conseguido entrar en la Facultad de Medicina. No; mi paciente exhibe una lucidez especial para analizar las relaciones personales, y especialmente las familiares. Además, tiene sus propias ideas políticas y –como todos ahora- su propia receta macroeconómica (y puede expresarlas con la autoridad que le da el seguir haciendo la compra a diario, ella sola, y pagando los recibos de su casa).
Estadísticamente quizá estos ejemplos no sean muy significativos para deducir el perfil médico y funcional de la población mayor de 90 años. Pero como las estadísticas mienten (lo dijo Forges y yo le creo), me llena de alegría y esperanza contemplar la vida, exterior e interior, de personas como el profesor Grisolía y mi paciente casi centenaria.
    
                                         El profesor don Santiago Grisolía